miércoles, 28 de diciembre de 2011

La Navidad de un perrito abandonado

Era el primer domingo de Adviento, y yo me pregunté si era verdad lo que estaba viendo: el automóvil se detuvo, se entreabrió una puerta trasera y alguien hizo bajar a un perrito muy inquieto. ¡Bajate, Pulquete!, ordenó una voz desde el interior. El pobre animalito quedó desconcertado cuando el automóvil se alejó a toda velocidad. Me partió el corazón verlo correr desesperado detrás del vehículo.

Pulquete tendría unos seis o siete meses; menudito, de patas largas y pelo corto color de canela, exhibía una oreja negra de llamativo contraste. No volví a verlo hasta mucho después, pero imagino que esa noche, agotado y tembloroso, durmió acurrucado en el primer agujero que encontró. Por la mañana comenzó a buscar a sus dueños. Ese día no comió y apenas bebió un poco de agua estancada. Los días y las noches se le hacen interminables. A las dos semanas está flaco y decaído, aunque se lo puede reconocer fácilmente por su orejita negra. Como es muy joven comienza a olvidar a quienes lo arrojaron a la calle. Tal vez recuerda vagamente un patio soleado donde retozaba despreocupado. No sabe qué le pasa, pero tiene hambre y mucho miedo porque otros perros callejeros lo corren, la gente lo echa de las veredas y cuando cruza las calles, unos artefactos rugientes se le vienen encima.

Pero a pesar de todo, Pulquete siente una irresistible atracción por las personas. Cuando descubre que alguien lo mira compasivo, se le acerca tímidamente con la cabeza gacha y ojos que imploran una caricia. Pero, invariablemente, esa persona que se detuvo misericordiosa endurece la mirada y sigue su camino, no vaya a ser que el pobre animal se le adose y la siga.

Diez días después de presenciar aquel acto incalificable, nuestro perro Budy, un maravilloso lanudo grandote y bonachón, de cuatro años de edad, se nos escapa, asustado por los cohetes, y se pierde. Lo buscamos días enteros por el barrio y por las calles de la ciudad, pero nuestro querido Budy no apareció.

Tomás, nuestro hijo de ocho años, estaba desconsolado; nunca lo habíamos visto tan afligido. Se acercaba la Navidad y todo hacía presagiar que la íbamos a pasar con mucha tristeza.

Budy se había alejado mucho de su casa. Cuando se le pasó el susto intentó regresar, pero caminó en sentido contrario y terminó en un mundo desconocido y ruidoso: el centro de la ciudad.

Durante días y noches corrió desesperadamente buscando a su familia, hasta que el desaliento y el cansancio detuvieron su atolondrada carrera. Su mirada vivaz se apagó y su abundante pelaje pronto fue una maraña sucia y enredada.

Un día que llovía copiosamente el pobre Budy trotaba pegado a la pared buscando algún recoveco donde guarecerse cuando se topó con un cachorro flaco, asustado y empapado que se detuvo y lo miró con curiosidad. El debilucho Pulquete, al que ya se le contaban las costillas, y Budy, corpulento y greñudo, se quedaron estáticos bajo el aguacero observándose con expectación. Pulquete, con sus orejitas paradas, movió tímidamente la cola y Budy se le acercó para olerlo. Enseguida se hicieron amigos y ya no se separaron en su vagabundeo. El pequeño seguía al grande a todas partes, buscaban comida juntos y en las noches frescas se daban calor pegaditos uno con otro. Budy seguía con su idea fija de localizar su casa, obsesión que sólo olvidaba temporalmente cuando se divertía con Pulquete en el novedoso juego de perseguir automóviles y motocicletas

Llegó el 24 de diciembre. Hacía ya catorce días que se había perdido nuestro perro, y desde entonces Tomás casi no hablaba ni se interesaba por nada. Mi esposa y yo, preocupados por tan prolongada apatía, decidimos llevarlo a la Misa del gallo que se celebraba a las diez de la noche en la Catedral. No sé cómo se nos ocurrió la idea, pero esa misma noche, al terminar la ceremonia, cuando todavía vibraban en nuestros corazones los conmovedores acordes del Gloria in excelsis y los ángeles aún aleteaban sobre nuestras cabezas, comprobamos que aquella decisión no había sido casual.

Al salir de la iglesia fuimos rápidamente hasta nuestro auto para llegar cuanto antes a casa, donde nos esperaban los abuelos de Tomás para la cena de Nochebuena. Iba a poner el motor en marcha cuando Tomás sale de su mutismo y me dice:

Mirá, papá, ese pobre perrito, ¡qué flaco está!

Me fijo donde me señalaba mi hijo y reconozco al cachorro por su inconfundible mancha negra.

Pero si es Pulquete, el cachorro que tiraron a la calle desde un auto. ¿Te acordás que te lo conté? Fue antes de que se perdiera Budy. Qué desmejorado está, pobrecito.

Mirá como nos mira, papi, como si quisiera venir con nosotros...

No, Tomás..., no podemos...

Quiero acariciarlo papá, por favor... ¡Vení, perrito...!

Yo sabía que si Tomás acariciaba a ese cachorro tendríamos que llevarlo a nuestra casa.

¿Pero cómo negarle ese gesto de ternura después de lo que había sufrido? Nos miramos resignadamente con mi esposa y asentimos en silencio.

Tomás bajó del auto y acarició efusivamente al cachorro. Había que verlo a Pulquete, estaba loco de alegría, movía la cola, le lamía las manos y la cara, saltaba feliz, se tiraba panza arriba.

Papá, está hambriento, tenemos que darle de comer.

Está bien, subilo al auto que lo llevamos a casa.

Tomás, entusiasmado y feliz como no lo habíamos visto en semanas, trató de inducir al cachorro a que subiera. Pero para nuestra sorpresa, Pulquete no avanzó. Se quedó parado expectante. Tomás insistió en llamarlo pero el perrito, lejos de subir al auto amagó con alejarse. Se puso a ladrarnos como si quisiera decirnos algo. Se alejaba de nosotros, se detenía y nos ladraba. Su comportamiento era muy extraño. Tomás intentó agarrarlo pero apenas se le acercó, el cachorro corrió para volver a detenerse y a ladrarnos varios metros adelante. Tomás quería ir tras él, pero se nos hacía tarde y no podíamos perder tiempo en los caprichos de un perro desconocido.

Dejalo, Tomás, es muy tarde, vamos a casa.

¡Papá, por favor...!

Subí, vamos a casa, está claro que no quiere venir con nosotros.

Puse el motor en marcha y Tomás se largó a llorar. Pulquete había vuelto a correr y ya había doblado la esquina.

Lo que sucedió a continuación todavía hoy nos emociona y no lo vamos a olvidar en nuestras vidas. El motor del auto se detuvo inexplicablemente y no hubo forma de hacerlo arrancar. ¿Qué pasó?, me dije inquieto, ¿Se habrá ahogado? Sí, seguro...; bueno, paciencia, tendremos que esperar un poco. Tomás lloraba en el asiento trasero y adiviné que mi esposa, con la cara vuelta hacia la ventanilla, también dejaba correr algunas lágrimas silenciosas.

En eso oímos unos ladridos familiares.

¡Papá, papá! gritó Tomás ¡Mirá! ¿Ese no es Budy?

¡Por el amor de Dios, sí, es Budy, es Budy! exclamó mi esposa

¡Era Budy ! Había reconocido el automóvil y venía corriendo desde la esquina a toda velocidad. Y detrás de él, ladrando entusiasmado, venía Pulquete, el cachorro abandonado que no quiso abandonar a su amigo y por eso había tratado de hacernos entender que debíamos esperarlo hasta que él lo fuera a buscar.

Y adivinen qué pasó cuando los dos perros estaban ya dentro de nuestro automóvil y todos llorábamos y reíamos de alegría: el motor arrancó apenas giré la llave. Fue como si algún ángel de Navidad, un ángel tal vez de los animales, ¿por qué no?, hubiera dicho con una dulce sonrisa: Bueno, ahora sí se pueden ir todos a casa a celebrar la Nochebuena"

Desconozco su autor


lunes, 19 de diciembre de 2011








 

 
Las zapatillas doradas
Faltaban sólo cuatro días para Navidad. Aún no sentía el espíritu de la ocasión, a pesar de que el parqueadero de la tienda de descuentos estaba repleto. Dentro de la tienda era peor. Los carros de compras y los clientes de última hora causaban atascos en los pasillos.
¿Para qué vine hoy a la ciudad? Me pregunté. Los pies me dolían casi tanto como la cabeza. Tenía una lista de varias personas que decían no querer nada, pero yo sabía que se quedarían ofendidas si no les compraba algo.
Comprar regalos no tenía nada de entretenido para mí. Estaba comprando para gente que tenía de todo, y los precios eran exorbitantes.
Llené mi carro de compras a toda prisa con esas cosas de último momento y me dirigí a las cajas. Escogí la que tenía la fila más corta, pero tendría que esperar al menos veinte minutos para llegar a la caja.
Delante de mí había un niño y una niña. El niño tenía unos cinco años y la niña era un poco menor. Él llevaba un abrigo harapiento y unos tenis viejos y enormes que sobresalían debajo de unos pantalones que le quedaban muy cortos. En sus manos, que estaban muy sucias, tenía varios billetes de un dólar todos arrugados.
La ropa de la niña se parecía a la de su hermano. Su cabeza era una maraña de pelo ondulado. En la cara se le veían restos de la cena. Llevaba en las manos un hermoso par de zapatillas doradas para la casa. Se oía música navideña en el equipo de sonido del almacén y la niñita tarareaba feliz y desafinadamente.
Cuando llegamos a la caja, la niña puso los zapatos con mucho cuidado sobre el mostrador. Los sostenía como si se tratara de un tesoro. La cajera marcó la cuenta.
Son seis dólares con nueve centavos -dijo.
El niño puso sus billetes arrugados sobre el mostrador mientras buscaba más en los bolsillos de su pantalón. Consiguió reunir 3 dolares con 12 centavos.
-Supongo que tendremos que devolverlas -dijo valientemente.
Volveremos después, quizá mañana.
En cuanto oyó eso, la niña dijo con un leve sollozo:
Pero a Jesús le habrían encantado esas zapatillas.
-Bueno, volveremos a casa y trabajaremos un poco más. No llores, volveremos después -le aseguró su hermano.
En ese instante le pasé tres dólares a la cajera. Esos niños habían esperado un largo rato en la fila, y a fin de cuentas, era Navidad.
De repente un par de brazos me rodearon y una vocecita exclamó:
-Muchas gracias, señora.
-¿A qué te referías cuando dijiste que a Jesús le habrían gustado esos zapatos? -pregunté.
El niño respondió:
-Nuestra mamá está enferma y se va a ir al Cielo. Papá dijo que es posible que se vaya a vivir con Jesús antes de Navidad.
La niña añadió:
-En la escuela dominical, mi profesora me dijo que las calles del cielo son doradas, como estas zapatillas. ¿No le parece que mi mamá se vería hermosa caminando por esas calles con zapatos del mismo color?
Los ojos se me aguaron al fijarme en la carita manchada por las lágrimas.
Sí -le respondi, no me cabe duda.
En ese momento le agradecí a Dios en silencio que se valiera de esos niños para recordarme lo que significa dar.

Helga Schmidt
 

 


Ortografía

  "Por qué" es de pregunta
 "Porque" es de respuesta
 "Haber" es un verbo
 "A ver" es a mirar
 "haver no existe
 "Ah" es una exclamación
 "Ha" es del verbo haber. Ejemplo: Jorge ha llegado temprano.
 "Hay" es haber
 "Ahí" es un lugar
 "Ay" es una exclamación
 "ahy" no existe
 "Haya" es haber
 "Haiga"no existe
 "Halla" es encontrar
 "Allá" es un lugar
 "aya" persona encargada de criar y educar a un niño
 "Iba" es de ir
 "IVA" es un impuesto
 "Hiba" no existe
 "Yendo" es de ir
 "iendo o llendo" no existen
 "Valla" es una cerca o cartel de publicidad
 "Vaya" es ir
 "Baya" es un fruto                                   “Ahorita” Realizar una acción dentro de un momento corto ejemplo ahorita te llamo.                “Orita”  (no existe)
 "Hacer" es un verbo (Realizar alguna acción). Ejemplo: Voy a hacer comida. Y la confusión de las personas está con "A ser" en este caso se usa para: Voy a ser papá.
 Adelante o delante, pero alante no existe!

 NO se dice IBANOS, ESTABANOS, VENIANOS sino "íbamos, estábamos, veníamos"
 No existe la palabra NADiEN O NADIEM , la correcta es NADIE ...
 Ni mucho menos hicisteS, comisteS ni visteS
 Lo correcto es: Hiciste, comiste y viste...

 Amigos si no saben usar el "@" no lo publiquen en su perfil ni en ninguna parte, el @ se usa para decir en donde estas, no para decir que estas haciendo!
 @ = At = En...
 Forma correcta de usarlo: @Ccs, @Mcbo, @McDonalds, @Sambil...
 INCORRECTO: @Comiendo, @Zzz, @Durmiendo! <-- Eso no se hace.!
 CAMPANA POR UNA MEJOR ORtOGRAFIA


viernes, 16 de diciembre de 2011


No te quejes de tu vida

Nunca te quejes de nadie, ni de nada, porque fundamentalmente tu vida es el resultado de tus propias decisiones
No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro.
Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible como para claudicar.
Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote.
El verdadero triunfo del hombre surge de las cenizas de su error.
Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte, enfrentala con valor y aceptala.
De una manera u otra es el resultado de tus actos y prueba que tu siempre has de ganar.
No olvides que la causa de tu presente es tu pasado, así como tu futuro será la consecuencia tu presente.
Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien vivirá a pesar de todo, piensa menos en tus problemas y mas en tu trabajo y tus problemas sin eliminarlos morirán.
Tu eres parte de la fuerza de tu vida
Levantate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer.
Ahora despiertate, lucha, camina, decidete y triunfaras en la vida; nunca pienses en la suerte... “porque la suerte es el pretexto de los fracasados”.
Cuida tus pensamientos que se volverán palabras
Cuida tus palabras que se volverán tus actos
Cuida tus actos que serán tus costumbres
Cuida tus costumbres pues formarán tu carácter
Cuida tu carácter que será tu destino y tu destino será tu VIDA